jueves, 23 de junio de 2011

ME PUEDO FUMAR UN CIGARRO?

Me lo temía. La fuerza impresionista y faraónica de las instalaciones del Alcázar del Castillo de Chapultepec, apabulló la intención emocional del modesto grupo que tenía como objetivo dialogar en serio y a fondo, con el presidente de México.

Surgido en calles, carreteras y escuelas bañadas de sangre a lo largo y ancho de la nación, el movimiento que gozaba de la simpatía y el apoyo de millones de ciudadanos que vivimos a diario la angustia de la guerra que nadie pidió, terminó representado por los ciudadanos Héctor Sánchez, Yolanda Morán, José Guillermo Nava Mota, Carlos Castro Gurrona, Javier Sicilia, Julián Le Barón, María Herrera Magdaleno, Salvador Campanur Sánchez, Araceli Rodríguez, Norma Ledesma, Teresa Carmona, Roberto Galván, Leticia Gutiérrez, María Guadalupe Guzmán, Graciela Jaime, Julio Alonso Carvajal, Melchor Flores, José Cirilo Reyes, María de los Ángeles Vences, Omar Esparza, Otilia Cantú y Luz María Dávila.

Como si fuera un escalón al paraíso del humorismo palaciego, el poeta en quien se habían puesto esperanzas, ilusiones y anhelos populares de expresión férrea, terminó haciéndose el chistoso, preguntando al presidente Calderón: me puedo fumar un cigarro?

Ja ja… hubieran visto que simpático se vio el poeta Sicilia, poniendo, espero que inocentemente, la alfombra roja a una divagante contestación presidencial que no dijo porqué ensangrentó al país.

Sabrá Sicilia que fumar en un lugar cerrado, está prohibido? Si la respuesta es afirmativa, entonces debemos asumir que al consultar al presidente, puso en evidencia, para decepción nacional, que muy adentro de si, piensa que el ejecutivo federal tiene facultad para permitirle tal transgresión. Si es así, entonces que no pida cuentas.

La habilidad profesional del camarógrafo se manifestó cuando segundos después de la pregunta, Sicilia apareció a cuadro, sonriente como niño de kínder que acaba de descubrir que sus comentarios provocan hilaridad a los demás.

Obviamente, en ese instante, la nación perdía su gran oportunidad. Calderón ni tardo ni perezoso aprovecho el momentum, para iniciar un divagante discurso de medias respuestas, aderezado torpemente con estadísticas triunfalistas que inclusive exhibieron hasta a los maestros como culpables de la situación que guarda el país.

Que lastima, que el mismo creador de todo un movimiento social, haya tirado por la borda la oportunidad de presionar públicamente a nuestro mandatario a corregir el rumbo de su aberrante postura armamentista. Porque lo que se le pide no es que no luche contra los delitos contra la salud y contra la delincuencia, sino que lo haga de manera inteligente.

La fuerza de la nicotina le sirvió a la derecha en el poder federal como escalón mediático, de alfombra humorística, de peldaño populista, y lo peor, le sirvió de pretexto al presidente para destacar una vez más, que la guerra absurda no se va a detener, sino que continuará creciendo.

Hubieran visto al secretario de gobernación sentado a la derecha del presidente pronunciando la frase: “le concedo el uso de la palabra a…”

Aquella prepotencia era vergonzante. Auto erigido en supremo favorecedor del derecho de expresión de los asistentes a la reunión palaciega, el secretario de gobernación hizo gala de arrogancia displicente al conceder uso de la voz a los mexicanos que acudieron a la cita para exigir respuestas concretas y puntuales para sus lamentos, denuncias y vicisitudes.

Entre líneas, lo que recogieron fue un encubierto NO a la aplicación de estrategias; lejos de encontrar cuentas claras, la habilidad discursiva de Calderón los envolvió a participar en la guerra en calidad de auditores; para los mecanismo autogestivos de la sociedad, lo que encontraron fue una tangencial censura presidencial, porque el criterio del ejecutivo es aplicar supremacia de fuerza ante las armas delincuenciales, evadiendo asumir que dicho armamento tuvo que haber entrado por las aduanas que son responsabilidad de la federación; para los Estados Unidos, hubo una referencia velada, cuidando no provocar una posible tensión a causa de una declaración directa y franca que pudiera evidenciar el consumo de drogas en ese país.

En concreto, los acotaron y terminaron escuchando la voz presidencial que los envolvía sutilmente en la coparticipación de una responsabilidad que es netamente gubernamental, bajo la premisa de que sin participación ciudadana no es posible arreglar el tema que los tenia reunidos ahí.

Hoy, en 2011, en el mismo Castillo de Chapultepec donde irónicamente murieron los Niños Héroes, agonizó a manos del gobierno panista un movimiento ciudadano cuyo líder terminó pidiéndole al presidente Calderón, permiso para fumar.

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