Ir al encuentro de lo que queremos, es la esencia de la felicidad futura. Tomar el camino correcto para llegar a la prosperidad colectiva, requiere por lo pronto, que los mexicanos seamos vigilantes desconfiados del rumbo que toma la elección presidencial del 2012. Veamos por qué.
Vista la actuación prolífica en errores consecutivos que el sexenio en curso ha impreso en la historia de México, los mexicanos en edad de votar estamos comprometidos a acertar en nuestra próxima determinación de votar por aquel que será el próximo presidente de la república.
Pero antes que nada, este compromiso presupone nuestro deseo de confraternizar con el resto de los mexicanos que al igual que nosotros en esta esquina de la república, viven consecuencias devastadoras de una guerra que nadie pidió y por lo tanto, hermanados por el dolor, requerimos permanecer unidos y en alerta permanente porque lo que viene es muy delicado.
De entrada, la inevitable y desesperada estrategia de triunfo electoral que en su más reciente reunión la cúpula del PAN y el presidente Calderón han cocinado para obtener votos en 2012, no requiere plasmarse en un boletín de prensa ni divulgarse a ocho columnas para ser decodificada. Por el contrario, conociendo la lógica panista lo que iniciará en breve será una estrategia de gabinete para reptar sigilosamente por todos los rincones de la patria, en busca de los hoyos por donde durante diez años y medio se han ido al olvido las causas ciudadanas, para hacer desde ahi, alharaca reconstructiva.
Efectivamente, de ahora en adelante los funcionarios del gobierno federal van a desear que el día tuviera cien horas para reponer el tiempo desperdiciado en vanaglorias castrenses y frivolidades aliancistas. Visto desde el asiento de observador ciudadano, para ellos no existía un camino mejor para distraer al país de su ineficiencia, que imponer una agenda de terror urbano y rural.
Solo que no midieron algo. Que la velocidad de sus boletines y de las declaraciones de sus voceros, era mucho, pero mucho menor, que la de las redes sociales que muy pronto alcanzaron tal amplitud y coordinación, que la capacidad de control federal sobre la información que quería que llegara a los ciudadanos, fue rebasada por el razonamiento colectivo.
Tarde lo comprendió la imberbe burocracia panista y hasta quisieron entrar a las redes, pero cuando apenas estrenaban sus portales fue tanta la sociedad civil que se les vino encima con mensajes de exigencia, críticas y reclamos, que mejor bajaron el volumen de su tardía estrategia.
Este fenómeno comunicacional de identificación ciudadana en las redes sociales fue tan transparente, que permitía ver la conectividad, el direccionamiento de las intenciones populares, las actitudes y hasta el interés de último minuto de la colectividad. Pero como ese objetivo –conocer lo que piensa la gente- no se encuentra entre los puntos de importancia de la derecha en el poder federal, pues no lo vieron venir y hoy, seguramente lo han de estar lamentando.
Ese desconocimiento de lo que la gente quería en realidad fue grave y el gobierno de Felipe Calderón jamás lo quiso reconocer. Prefirió gobernar con las opiniones de sus más allegados aduladores, mientras los mexicanos, incluyendo a los panistas de a de veras, apretaban los labios y movían la cabeza reprobando las acciones presidenciales encaminadas en su mayoría, a tareas castrenses que nada bueno le han traído a la procuración de justicia y menos a la economía nacional. Más bien, concibieron un modelo de injusticia sistémica que dejó calles, carreteras y escuelas llenas de sangre, de temor y de amargura.
Por eso, debemos de ser muy cautos en el análisis de lo que próximamente van a hacer el presidente de México y su gabinete. Los parches emergentes de final de sexenio van a constituir seguramente el gasto más alto que administración federal alguna haya realizado y el maquillaje estadístico estará a la orden del día.
De ahora en adelante veremos un gobierno federal muy aplicadito, atento, diligente, cordial, sembrador y hasta interesado en tocar y otorgarle prioridad a temas sociales que habían sido borrados de la agenda presidencial en razón del peso específico de la apocalíptica preferencia por ensangrentar al país.
Pero ahí no termina esta proyección. Si la ciudadanía amante de la paz y la concordia se blindara intelectualmente y votara mayoritariamente a favor del pasado pacífico, no debemos dudar que el plan “B” de los panistas será una judicialización de la elección, aderezada con escenarios también “B”, de barbarie.
Preparémonos entonces, a grandes sorpresas desde la madrugada del día de la elección, porque vista la insensibilidad que envuelve a la ambición, nada existe que convenza a Felipe Calderón que su tiempo expiró y que ya es demasiado tarde para reconstruir un tejido social que él mismo destejió en aras de legitimar su mandato apoyado por los patrocinadores del Plan Mérida quienes hoy, paradójicamente atraviesan situaciones financieras muy complicadas.
Ojala que este tiempo de vacaciones, sirva para que los hogares mexicanos reflexionen sobre la realidad que vive el país, analicen los spots del gobierno federal y midan la gran diferencia existente entre ambos. Ahí está la clave para descifrar el engaño panista.
La verdadera búsqueda del progreso inicia eligiendo la ruta correcta y es de esperarse que la inteligencia emocional de la sociedad mexicana encuentre la luz de la paz al final de este túnel sexenal, que por lo pronto, ha despertado a un año de la elección presidencial, la inquietud ciudadana de levantar desde ahora, nuestra propia alerta electoral.